La cuerda floja del facilitador

Insertar un facilitador en las dinámicas de poder que existen en un grupo es un asunto riesgoso.

Frecuentemente se pide la ayuda de un facilitador porque las conductas disfuncionales están inhibiendo la efectividad del grupo. El cliente supuestamente quiere que el facilitador transforme la manera en que el grupo trabaja en conjunto, generando milagros como más participación, pensamiento creativo, colaboración del equipo y decisiones que se implementan.

¿Pero existen las condiciones que permitirían que ocurran cambios tan profundos? ¿Están los líderes realmente a bordo? ¿Aceptará el grupo la intervención de un “extraño”? ¿Tiene el facilitador competencia suficiente para entregar los resultados esperados?

Ante tantas incertidumbres, el primer paso del facilitador es establecer una relación saludable, colaborativa con el equipo de liderazgo. Recuerda, están asumiendo un riesgo al contratarnos. Si nosotros fracasamos, ellos quedarán mal. Necesitamos que los líderes tengan muy claro el rol de facilitador y el razonamiento para los procesos participativos que proponemos. Sin su comprensión y apoyo, nuestra misión transformadora casi seguramente fallará.

Nuestro próximo desafío es ganar la confianza de los participantes de las reuniones. No podemos asumir que solo porque hemos llegado a un acuerdo con el líder, nuestra presencia será aceptada por todos. Es posible que muchos sean escépticos o sospechen de nuestra presencia. Todo lo que hagamos (o digamos) estará sujeto a escrutinio y opinión. Todos están mirando.

Caminamos sobre una cuerda floja en la que debemos establecer expectativas claras sobre la tarea del grupo y también adaptarnos a las ambigüedades emergentes. Necesitamos emanar confianza, pero no arrogancia, ser respetuosos pero no serviles. Necesitamos encontrar formas para que los tradicionalmente callados o excluidos sean escuchados, y estrategias para prevenir que los habitualmente verbosos dominen la discusión.

Y mientras negociamos estas demandas contrapuestas, debemos recordar por qué nos subimos a esa cuerda floja en primer lugar: para ayudar al grupo a lograr sus más altas aspiraciones. Estamos al servicio, no a cargo. Tenemos una responsabilidad ante el grupo y ante quienes nos contrataron, y ninguna autoridad para controlar los resultados.

Entonces, para caminar en la cuerda floja del facilitador necesitamos coraje, aplomo, audacia—y humildad. Como dijo el filósofo chino, Lao Tzu,

“El líder es mejor cuando la gente apenas sabe que existe. Cuando su trabajo está hecho, su propósito cumplido, dirán: lo hicimos nosotros mismos”.

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